miércoles, 13 de julio de 2016

Cartas de Amor Traicionado





Analía Torres quedó huérfana con apenas quince días, cuando su madre muriera después del parto, y su padre sin poder soportarlo, terminara con su propia vida, de un tiro.
Así mismo, el narrador comentará cómo desde el primer momento, el hermano de su padre, Eugenio se hizo cargo de su sobrina, llevándola a su casa, encargándose de la administración de las tierras de sus padres, y entregándola a la crianza de una india, que cumplía los papeles de ama de llaves, situación que se extendió hasta los seis años de edad, cuando Analía fue enviada a un internado de las Hermanas del Sagrado Corazón, donde permanecería hasta convertirse en una mujer.
Sin embargo, la crianza que Analía recibiría en esta institución no era de su disgusto. Por el contrario, Analía disfrutaba sobremanera el silencio del claustro, así como los olores a cera que provenían de la capilla. Por el contrario, prefería mantenerse lejos del bullicio de las otras alumnas, del cual huía refugiándose de la vista de todos, en el desván, donde aprovechaba de contarse cuentos a sí misma.
Durante todos esos años transcurridos, recibía eventualmente una breve carta de su tío Eugenio, en el cual el hombre le recordaba su responsabilidad de ser una nueva alumna, al tiempo que le aconsejaba también la idea de seguir los pasos de Dios, entregándose a la vida religiosa, situación que no disgustaba a Analía, pero que sin embargo por provenir de su tío la prevenía de que ése no era el camino que debía seguir. De alguna manera, el instinto de Analía le advertía que no confiara en su tío Eugenio, pues sentía que éste no le era sincero, y que por el contrario quería apartarla del manejo de sus tierras y herencia.
Cuando Analía cumplió 16 años su tío fue a visitarla al convento. No se reconocieron, pues ambos habían cambiado mucho. En esa conversación, el tío le comentó que a partir de ese momento le daría una pensión mensual, y luego cuando cumpliera los 18 años ya verían. Analía le respondió que cuando ella se casara manejaría sus tierras. Al retirarse, la madre superiora sugirió que ese trato de seguro respondía al hecho de que Analía no tenía mucho contacto con sus familiares.
Recordando que las mujeres son sentimentales, el tío Eugenio se marchó, regresando dos semanas después con una carta del puño y letra de su hijo Luis, quien quería establecer comunicación con su prima, a fin de que ésta no se sintiera sola. Analía comenzó entonces a recibir cartas periódicas, por parte de su primo, las cuales al principio no le interesaron, pero que llegado un punto comenzó incluso a responder, surgiendo entonces una historia de amor epistolar que duraría por dos años.
Analía pasaba horas imaginando cómo sería el ser amado, incluso llegó a imaginarlo deforme, pues una sensibilidad como la que la había enamorado, según su percepción, no podía provenir de un ser sin deformidades físicas o serias discapacidades, por lo que Analía imaginó a su amado cojo, jorobado, calvo y tierno, y a esa figura le entregó su amor. Así mismo, aprendió de memoria cada trazo de su letra, cada detalle del papel.
Cuando Analía cumplió los 18 años, la madre superiora le avisó que tenía una visita. Era su enamorado, sin embargo, para su sorpresa, su primo Luis era un hombre más bien apuesto y elegante. No obstante, desde el primer día de casada, Analía descubrió que su primo y ahora esposo no era quien había escrito las cartas, y a pesar de que éste resultó ser un marido respetuoso e incluso divertido no pudo dejar de sentir cierto fastidio.
Los años transcurrieron, y Analía le dio un hijo a Luis, quien poco a poco fue dejando de interesarse de los asuntos del campo, permitiendo que por primera vez su tío Eugenio, quien seguía administrando las tierras discutiera los asuntos con ella. Cuando su hijo estuvo en edad de estudiar, su padre y su abuelo decidieron mandarlo a la ciudad, pero Analía se impuso con tal ferocidad, que aceptaron a llevarlo solo a la escuela del pueblo.
De esta forma el niño fue enviado a la escuela del pueblo, aun cuando los nervios de su madre no aceptaran separarse. No obstante, a los tres meses el niño regresó con su boleta de calificaciones y una carta, en la cual su maestro lo felicitaba por su buen rendimiento. Analía leyó temblando las cartas, abrazó a su hijo, y no volvió a preocuparse de que su hijo asistiera a esta institución.
El destino quiso que su marido Luis, quien se había dado a la bebida y el juego, sufriera un accidente con un caballo que terminó con su vida. Analía estuvo a su lado, lloró su muerte y le guardó luto. Sin embargo, antes de regresar al pueblo de la clínica compró un hermoso vestido blanco.
Con determinación decidió relevar a su tío Eugenio de la administración de sus tierras, contrató un capataz para tomar ella misma las riendas de sus negocios, se vistió de blanco y se fue a la escuela donde había estudiado su hijo. Al llegar, pudo ver al maestro que buscaba, sentado en su silla, con sus muletas apoyadas en la pared. Lo enfrentó con sus cajas de sombreros llenos de cartas, y le dijo que ella sabía que quien había escrito las cartas de amor era él, y que lo había descubierto en la primera comunicación que llegó con su hijo.
El maestro aceptó, preguntando si podía perdonarlo, y confesándose que esos habían sido los mejores años de su vida, pues había algo que esperar: el correo. Analía y el profesor salieron al patio.

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