miércoles, 13 de julio de 2016

Tela de Araña



La protagonista, María, es una joven provinciana natural de Chincha, que trabaja como empleada del hogar en Lima. El relato se abre con ella refugiada en una habitación en Jesús María, a donde le lleva su amiga, sirvienta como ella, llamada Justa, donde debía encontrarse con un señor llamado Felipe Santos, una supuesta alma bondadosa, que se había ofrecido para ser su protector y darle nuevo trabajo. María había huido de la casa donde trabajaba, a raíz del continuo acoso que sufría de parte del hijo de su patrona Gertrudis, el joven Raúl (al que le decían el “niño Raúl”). La Justa, antes de dejarla en esa habitación de Jesús María, le advierte que el señor Felipe Santos llegaría muy tarde, pues trabajaba en una panadería; le asegura una vez más que le ayudaría a conseguir trabajo, pues era una buena persona. María, al quedar sola, tiene sentimientos contrariados; por un lado, siente un gran alivio de haber huido del acecho de Raúl, pero por otro, se siente sola en una habitación extraña, a la espera de un hombre desconocido. En el techo ve a una araña haciendo hábilmente una enorme tela. Empieza a sentir tétrico el ambiente y tiene un mal presentimiento. Mientras espera a Felipe Santos, recuerda la insoportable vida que había llevado en casa de su patrona, donde continuamente era abordada por el joven Raúl, el cual trataba de convencerla para que saliera con él. Un día, Raúl pasó de las palabras a la acción y trató de abrazarla a la fuerza. Ello fue el colmo para María, quien lo acusó ante la patrona. Esta le escuchó sin inmutarse y solo se limitó a decirle que volviera al trabajo, que ya sabría qué hacer. Al parecer, doña Gertrudis algo le dijo a su hijo, pues durante unos días, María se vio libre del acoso, aunque luego el “niño” volvió a las andadas con renovado brío. María le contó de su situación a Justa, y ella fue quien le aconsejó que huyera y buscara ayuda con Felipe Santos, quien era dueño de una panadería y decía que la conocía, pues la veía siempre pasar cuando iba a la pulpería. María no identificaba al tal Felipe Santos; de todos modos, aceptó la oferta. Muy de mañana salió de la casa de Gertrudis y junto con Justa tomó un taxi, con dirección a Jesús María donde se encontraría con quien se había ofrecido para ser su protector. Finalmente, éste se presenta: se trataba de un hombre cincuentón, que le saluda amablemente, ofreciéndole ayudarla y ser para ella como un padre, ya que ella era todavía muy joven. Como gesto de su buena voluntad le regala una cadenilla con una medalla de la Virgen, colocándole él mismo en el cuello. María se queda inmóvil, sin atinar a negarse y salir de la habitación (¿a dónde podría ir, si no conocía a nadie en Lima, cuyas abigarradas calles se cruzaban como una gigantesca telaraña?) y siente a la cadenilla como un nuevo yugo que debería soportar a partir de entonces.

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